viernes, 17 de abril de 2015

CUANDO VIAJAMOS NOS PASAN COSAS...



FUERA DE CIRCUITO

Andaba sin rumbo determinado. Había llegado esa tarde a la ciudad, como turista.  Tenía una rara sensación de añoranza por la ingenuidad de la infancia y una clara conciencia prejuiciada de su madurez. Los bosques de Palermo, en Buenos Aires, le hicieron pensar dónde estaba ese lobo de sus tiempos de inocencia, agazapado hasta hoy, con los miedos reflejados en los adultos ataques de pánico que sufría a menudo.
Casualmente había descubierto la escultura de Caperucita Roja y el lobo.
 




¡Oh… Salvador! Salvador do Bahía, con tu Pelourinhio y tu aroma de Dendé… ¡¿Quién te quita esa vena morena y turística?!
Recorría las piedras de la playa y le salió al encuentro el hombre harapiento, despojo olvidado por la humanidad, pero tal vez protegido por Iemanjá. La miró con ojos rojos de humo y enfermedad. Sólo dijo: “Usted es turista y vive ahí arriba, verdad?”. Mientras que con su mano señalaba el edificio enclavado en la roca, sobre su cabeza. Y continuó: “Yo nací aquí y vivo debajo suyo, dentro de esta gruta…”, Su refugio era la caverna oculta del  gran peñasco que sostiene al Hotel Bahía Othon.
Se cruzaron las miradas y, minutos más tarde, en la recepción del hotel se cancelaba el resto de una reserva. La pasajera volvía a su lugar de origen.


Y los caminos guardan sus misterios. El viandante, distraído, alcanzó a ver la minúscula figura al borde de la carretera azteca, que lo llevaba hacia Acapulco, donde lo esperaban para una cena de gala. La rapidez del encuentro lo sorprendió. Se aceleró el pulso, se confundió el itinerario. La naturaleza ancestral le reveló bruscamente cómo viene eslabonada con el hombre, el niño con las crías, y a ambos los une el hambre milenario. Sólo fue ver al chiquillo aborigen ofreciendo un pequeño ejemplar de iguana, sostenido por la cabeza. Esperaba paciente, tal vez ese día lograra vender su trofeo diario, que le daría para comer.
Mientras tanto, alguien no llegaría a la velada. Una llamada por teléfono celular cancelaba la asistencia por seria indisposición física del agasajado.





Pero todo es muy fugaz, como un maitín o un canto gregoriano en el tumulto turístico de un Baptisterio. Y la gracia cósmica lo lleva a uno a ver al monje pedir silencio. Bate sus palmas para lograrlo. Los visitantes enmudecen, desconcertados, y la voz del religioso invade Pisa. La pila bautismal ejerce de escenario y la acústica involucra. Flotar, todo se vuelve celestial y ya desaparece el gentío, ya no se registra. Sólo luz vitral y sonido. Todo es mágico. Fuera de programa, tan casual, inesperado, como efímero. Sólo atrapado en el alma.
Cuando llegó al hotel se dio cuenta de que no había registrado nada, ni con su cámara fotográfica ni con su filmadora. Y se sintió agradecido, estaba pleno.
 







La libertad quedó atrapada en las cadenas de la conciencia. Manhattan y su entorno perdieron el sabor de la gran manzana porque el mordisco fue cruel. Allí estaba, la descubrió en el muelle frente a la Estatua de la Libertad. La encontró mutilada, caminando con un muñón y arrastraba un ala. “Seguramente Picasso estaría atormentado al verla”, pensó.
La lancha que cruzaría el canal para llegar al emblemático símbolo esperaba por un pasajero que no llegó. En la boletería se había devuelto un pasaje. Imposible ascender hasta la antorcha.
                                                                                                                                      







Muchas veces la música queda columpiándose en los huesos, en las entrañas. Y pareciera  que esa energía va por las rutas acertadas para el próximo encuentro. No debe haber sido casual. Esta vez era en Montecassino. El Abad efectuaba una ceremonia junto a algunos monjes. La atmósfera lo exigía, desde el fondo de la abadía se oyeron los acordes y luego las voces. No era necesario verlos. No se los veía. En tal ocasión: el coro monacal siguió al órgano y todo se transformó. Místico, el cántico era regalado como ofrenda de agradecimiento. Fuera de circuito. Sin programa previo. Coincidencia misteriosa. Éxtasis.
 Y la niñita preguntó: ¿mami, esos son los angelitos que cantan… o pusieron un C.D.?


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